
El día comienza a despertar, despacito, ralentizado, como los relojes en estos tiempos extraños. En la calle sólo se escuchan los pajarillos, con la primavera tatuada en cada trino. En algunas ventanas se empieza a ver algo de movimiento. Luis se enciende un cigarro y sale al lavadero mientras el olorcillo a café recién hecho va perfumando toda la casa. Abajo, en la calle, ve al señor mayor que vive en el bloque de enfrente. Ya viene de vuelta, con ese perrillo diminuto al final de la correa. “Cada día sale antes”, piensa.
Dos plantas más arriba se abre otra ventana. Ángela, con una taza de café humeante en las manos y los ojos aún a medio despertar. Respira profundo, hace un día bonito. Hoy almorzará en el balcón, de hecho hoy piensa atrincherarse en el balcón.
Poco a poco, la calle comienza a ser un espejismo borroso de otros días. Algún coche, un autobús, mascarillas, muchas, carritos de la compra… que luego volverán repletos, demasiado, con su papel higiénico, su cerveza… lo imprescindible.
Las horas van pasando…a su ritmo. Se van llenando los tendederos, cortinas, toallas, sábanas… algo de ropa. Un osito rosa se balancea tranquilo en su cuerda del tercer piso.
Y continúa avanzando la mañana. En el aire se mezcla el olor de la colada con el del pan recién hecho de Alberto… a la tercera va la vencida… o no. Huele a receta de Youtube, al cocido de María, a cordero especiado y cuscús. Huele al recuerdo de las croquetas de mamá, que ahora están demasiado lejos. Huele a vermut por video llamada, a meme del momento, a risas compartidas y llantos solitarios… para qué preocupar más, bastante tenemos.
Y llega la siesta, aunque alguien ha pensado que es buen momento para compartir su pasión por Shakira. Netflix calienta motores. Las ventanas vuelven a llenarse de tazas de café humeante y de roscos, incluso alguna torrija… ¡que es Semana Santa por Dios!
Más rostros en las ventanas, en los balcones. Son las 19:58, comienzan los aplausos. A Laura le parece que hace dos semanas sonaban con más fuerza. 20:00 se unen algunos “rezagados”, se escuchan las sirenas, el dichoso resistiré… y se pasa lista. Todos se alegran de ver de nuevo a Andrés en su balcón, saben que el virus lo ha tenido un poco pachucho. Es enfermero, hoy los aplausos van por él. Y cae alguna lágrima ventana abajo, porque nadie estaba preparado para esto.
Y comienza a haber luz tras las cortinas. Hemos superado otro día. Maldita marmota.
Texto: Marga Ocete Castro