
Recientemente decidí llevar a cabo una de esas empresas que por uno u otro motivo no había llevado a término antes… decidí andar mi primer Camino de Santiago.
Había visitado en multitud de ocasiones el norte de España y por supuesto Galicia, de hecho fue el destino que elegí hace unos cuantos años para mi viaje de novios. Y digo mi primer Camino porque después de haber realizado el primero ardo en deseos de disfrutar algunos más. El Camino te atrapa, te engancha.

No es un juego de niños como algunos pretenden, está pensado para que el peregrino termine «razonablemente» cansado en cada jornada.

Y si tu objetivo es llegar a Santiago de Compostela, es cierto que al llegar a la plaza del Obradoiro tus ojos se llenan de lágrimas. Has alcanzado tu meta y eso es muy importante para cualquier persona.


Como fotógrafo aficionado mi primer pensamiento al organizar este/a viaje/aventura fue si debería llevar dentro de la mochila mi cámara de fotos. Todo el mundo insiste en que elimines todo peso injustificado de tu carga diaria al caminar. Pero, ¿cómo no llevarse la cámara? Personalmente no concibo ningún viaje ni salida por un paraje natural sin mi maquinita.
Yo decidí llevarla arriesgándome a sufrir un poquito más el exceso de peso. Jornadas de entre 25 y 31 km yendo cargado pueden hacerte mella.
Al ser mi primer Camino de Santiago decidí realizar uno de los más comunes y cortos, un trozo del llamado Camino Francés. En concreto anduve 123 km en cinco días de ruta, de Sarria a Santiago. Discurre por veredas y senderos entre aldeas y encantadores núcleos minúsculos de la geografía gallega.
Dejamos que una empresa como Santiagoways nos organizara a mi mujer y a mi los alojamientos y nos transportara la maleta con la ropa y demás enseres de un hotel a otro. Fue todo un acierto.

Dicho esto, tocaba plantear el tipo de mochila donde llevar mi amada cámara y pensar si sólo llevar un objetivo y apañármelas como pudiera (no sabía lo que me iba a encontrar, lo que iba a necesitar) o llevarme algo más que cubriera las posibles situaciones que se presentasen.
Si metía la cámara en una mochila de campo sería más difícil sacarla rápidamente en las breves paradas que iría haciendo en cada jornada. Así que decidí cargar con mi mochila habitual de fotografía, una LOWEPRO PROTACTIC BP 350AW II y meter en ella todo lo que sintiese indispensable. Sus asas son cómodas y la zona de la espalda permite una relativa transpirabilidad en esa zona.

Me pudo un poco el ansia y me lancé a llevar:
-Un 16-50mm 2.8 que fue montado la mayor parte del tiempo.
– Un 70-200mm 2.8 que prácticamente no salió de la mochila.
– Anillos de extensión por si hacía algún macro (no lo usé).
– Filtro de Densidad Neutra (ND) de 10 pasos (no lo usé).
– Filtro Polarizador ( que tampoco usé por la luz reinante y por no poner nerviosa a mi acompañante al perder tiempo montándolo).
– Disparador remoto por si hacía alguna foto con trípode retirado de la cámara o simplemente quisiera evitar vibraciones al pulsar el disparador del cuerpo (no lo usé).
– Trípode. Me decanté por supuesto por el Rollei de viaje de reducido tamaño y peso al ser de carbono. Lo utilicé exclusivamente al hacer unas fotografías nocturnas de varias zonas del centro de Santiago una vez acabamos nuestro periplo. No lo llevaba en las caminatas, solo lo sacaba al atardecer en cada destino diario. Insisto en que sólo lo usé la última noche.
– Baterías y cargador para las mismas. Me llevé 3 baterías y solo usé una y el comienzo de la segunda. Ni necesité recargar.
– Kit de limpieza para objetivos y sensor. Nunca se sabe que puede ocurrir en sitios donde llueve la mayor parte del tiempo y te vas a mover por veredas y caminos. Imprescindible un pequeño trapo de microfibra. Este lo usé sólo para los objetivos, poca cosa.
Todo ello y alguna cosa más que seguro se me escapa de la memoria suponía un peso aproximado de entre 5 y 6 kg.
En definitiva, a la pregunta de si debía hacer mi Camino cargando con mi cámara y toda esa parafernalia he de decir que podía haber prescindido de ella sin lugar a dudas. No llegué a usar ni la mitad de material que me había llevado.
Por otro lado, a la pregunta de si me arrepiento de haberla llevado contesto con un rotundo NO, NO ME ARREPIENTO. Mi corazón me decía que tenía que llevarla e hice algunas fotos interesantes por esos parajes. Se vinieron conmigo fotografías de paisajes verdes y de personas por las que el tiempo no pasa y la historia las hizo trabajar muy duro. Su resistencia y capacidad de trabajo les honra. La España profunda.


La siguiente pregunta obligada es si la próxima vez la llevaré y a esa pregunta aún no tengo respuesta. Tengo intención de atreverme con más km en un futuro Camino de Santiago y eso conllevará el medir muy bien mis fuerzas.
Mi otro compañero fotográfico de viaje fue el teléfono, mi Samsung Note 20 Ultra y he de decir que sólo con él ya hubiera cumplido con creces.
La calidad de imagen de los móviles actuales es impresionante en condiciones de buena luz y no digamos la nitidez de sus vídeos. Otra cosa es pedirle demasiado con poca luz. Su tamaño de sensor no permite obtener capturas limpias de ruido. Por mucho que intenten solventar ese problema con software muy agresivo en el tratamiento de la imagen, un teléfono no llega nunca a ser tan efectivo como una cámara con un sensor de un tamaño más respetable, bien sea micro 4/3, apsc, ff, formato medio…
Mi conclusión es que salvo que tengas un problema físico que te limite demasiado, te lleves tu preciada cámara. Ella sin ti no es nada y tú sin ella no estarías completo. Hice pocas fotos porque intenté disfrutar más del entorno y de la experiencia en si acompañado de mi pareja pero pongo unas cuantas fotos al azar para que juzguéis por vosotros mismos si merece la pena llevar vuestras herramientas.
¡¡ Lanzaos a hacer vuestro Camino de Santiago con la cámara a cuestas!!
¡¡ Lo conseguiréis!!