
Es bastante normal asistir a un evento multitudinario sea del tipo que sea. Un concierto, la presentación de un producto, una fiesta de alguien conocido, una exhibición, la inauguración de un lugar…
Todas ellas son situaciones en las que el fotógrafo pondrá a prueba su temple. ¡Ante todo mucha calma!
Si bien es importante tener claro a qué fotografías podemos aspirar a obtener en cada lugar – todos queremos la foto idílica y espectacular que vimos en Instagram – no debemos dejar que las múltiples complicaciones propias de tal aglomeración de personas tiren por tierra lo que puede ser un día maravilloso haciendo fotos.
Cada cual va a su aire, te empujan justo al pulsar el disparador y tu imagen sale movida, golpean tu trípode corriendo riesgos tu equipo, la zona que has elegido como motivo se vuelve por momentos la más transitada o los pocos que allí hay se apalancan y no hacen por entender tus miradas pidiendo un mínimo de comprensión… todos, todos, todos hemos pasado por un momento parecido.
Una de estas anécdotas la volví a vivir este mes de Julio coincidiendo con mi paso por la ciudad de Oporto (Portugal). No era la primera vez que la visitaba pero me apetecía entrar de nuevo a la famosa Librería Lello, que bien merece un reportaje propio a conciencia.

Conocido es por todos su atractivo visual y la cantidad de libros que alberga pero no todo el mundo conoce la importancia que tuvo en el cambio político que desembocó en la actual República Portuguesa.
Las colas que se originan a su entrada ya deberían avisarnos de que la cosa no será fácil. Imposible sacar una imagen de la impresionante escalera vacía, todo el mundo se detiene a admirarla y a continuación se acribillan a selfies con sus propios móviles en todos los ángulos posibles ya que en cada uno de esos selfies aparecen cabezas o extremidades de otros visitantes y eso no queda nada bien. En unos minutos se suceden cientos de poses con el mismo gesto, la misma sonrisa, el mismo encuadre.
En la planta de arriba… más de lo mismo. Gente que se agolpa en la balaustrada, gente mirando el imponente techo vidriado que da luz a la estancia y gente manoseando ciertos volúmenes de encuadernación delicada que abren hasta que crujen mientras posan sus dedos en una página dejando su huella inmortalizada.
¡Desesperante! Una solución a esta locura puede ser el hacer de este caos nuestro aliado.

Lo más obvio, hacer fotografías que remarquen esa sensación de agobio (varios pares de manos rebuscando en un montón de libros, una panorámica en la que se aprecie tanto el tamaño de la librería como la masificación de personas) pero también podemos forzar un poquitín nuestras cámaras y nuestro pulso y realizar unas capturas en las que tenga protagonismo el movimiento. En determinados lugares podríamos llegar a hacer desaparecer a los viandantes si tenemos en cuenta la luz ambiente, el atuendo de las personas y el tiempo de exposición. Un buen sitio para probar esta larga exposición sería una plaza con un paso medio de personas a media luz o usando un filtro de densidad neutra.
Desde la planta superior tenemos visión de la planta inferior y es muy fácil sacar fotografías en las que aumentándose un poco el tiempo de toma se vea la estela de algunas personas al desplazarse de aquí para allá. De idéntica forma un picado sobre su escalera roja mientras suben o bajan personas puede darnos resultados interesantes aparte de incrementar la sensación de altura y profundidad de dicha escalera.
Por otro lado, siempre podremos centrarnos en detalles puntuales, enmarcándolos de manera que queden aislados sin las personas de alrededor. Por ejemplo el trozo de alguna vitrina, una talla en la madera o el yeso pintado de otra zona. Casi nadie fotografiaba los bustos de varios escritores colocados sobre las estanterías. También es factible obtener buenas perspectivas de las estanterías y las obras que allí hay.
Mientras contemplaba el loco ir y venir de los visitantes bajé la vista y vi una foto. La parte superior de las estanterías de la planta baja terminaba en la baranda de madera de la parte superior. A través de esa baranda se apreciaban varios pares de piernas de aquí para allá o algunas piernas de alguien asomado a esa baranda. Me pareció curiosa la inmovilidad de los libros abajo frente a la actividad que se intuía arriba.

Después de escapar de la persecución que sufrí de un turista y su cámara, que debió pensar que yo sabía lo que hacía con la mía (me estuvo persiguiendo 15 minutos), vi otra foto que plasmaba bastante bien lo absurdo del comportamiento humano. En esa librería prácticamente todo el mundo estaba obsesionado con sacar su foto y no en buscar un libro. En esa baranda se me presentaban varias personas de distinta etnia con sus artilugios preparados para conseguir la preciada foto original e irrepetible. Tenia que hacer esa foto, sí o sí, ¡click!

En definitiva, hay que entrenar más el ojo, analizar visualmente y disparar menos compulsivamente.
Ejercitad vuestra creatividad, os sorprenderéis con los resultados finales.